“Bienvenidos a una dictadura militar"
Las Fuerzas Armadas mexicanas, jugando a los avioncitos
 
 
        
        
    
                
                         
        
        
    
                
                        Abro de la mano de “CoNexiones” una nueva página en mi historial como columnista especializado en temas de la industria aeroespacial mundial con la que hago votos resulte una honesta, objetiva, fundamentada y quiero pensar, válida reflexión sobre lo que percibo es la inusitada, generosa y hay que decirlo, peligrosa oportunidad que el presidente López Obrador le ha dado en su sexenio a las fuerzas armadas mexicanas, concretamente a las secretarías de Marina y Defensa Nacional, de hacer algo que quien firma esta entrega solía hacer de pequeño: “Jugar a los avioncitos…”
El problema radica en que una cosa es que un chamaco juegue con aviones de plástico a aterrizar y despegar en aeropuertos imaginarios y otra es que seres humanos de verdad sean transportados por vía aérea y atendidos en aeropuertos por organizaciones a cargo del erario, que lo único que están haciendo es jugar con la vida de ocupantes de aeronaves y personas en tierra como los están haciendo crecientemente las dependencias castrenses y sus oficiales en la forma, ya sea de esa nueva aerolínea denominada “Mexicana de Aviación”, a cuyo legado histórico hacen un mal favor y también de la forma de la militarización de aeropuertos, autoridades y prestadores de diversos servicios a la aviación civil, que hemos venido documentando.
Veo a los militares mexicanos hoy día en la aviación civil como recuerdo a mis hijos dentro de una juguetería o una dulcería; es decir, asombrados, encantados y hambrientos de hacerse de lo que sea en ellas. La diferencia es que contrario a los límites que la razón y mi presupuesto imponían a la capacidad de mis herederos de tomar algo de los estantes, los otrora prestigiados integrantes de las fuerzas armadas de aire, mar y tierra mexicanas carecen, o más bien creen que no tienen, esas fronteras que establecen el marco legal internacional, lo que quede del nacional y el sentido común para su papel en el quehacer aéreo civil.
¿Cuál es el resultado?
¡Agarran parejo!
No se detienen ante nada ni nadie sea o no seguro, legal, sustentable, sostenible, moral o sensato lo que hacen. No miden las consecuencias simple y sencillamente porque no tienen razón ni presión para hacerlo, por el contrario, les alienta ya sea la novedad, el negocio, el dinero, el ego, la adrenalina, el atractivo del poder, las mujeres civiles en sus cuadros, o hasta sus pares.
Se saben impunes en todos los sentidos al alterar, destrozar y al tomarlo, acapararlo y controlarlo todo.
Además, están gozando de las mieles una voz pública con cierta autoridad real o imaginaria, en un ámbito industrial en el que apenas hace un lustro no tenían nada que decir, es decir, esa aviación civil que amo, hoy día en irresponsable o criminal proceso de destrucción “desde el poder”, en la que llevo 45 años activo fungiendo en diversas capacidades en aire y en tierra.
Y es que la bota, la cultura y la manera de hacer las cosas militarmente, tal y como sucedía hace cien años, antes de que el ingeniero aeronáutico y militar hidalguense Juan Guillermo Villasana López comprendiese la importancia de otorgarle una regulación y gestión independientes de lo militar a la aviación civil de nuestro país ya está presente por doquier en ella, y lo que es peor: creciendo, tanto así que, a aquellos a los que los de las armas refieren como “civilones” parecería ser que no nos queda otra opción que acostumbrarnos y adaptarnos a la nueva coyuntura, y claro está, a obedecer sus órdenes tal y como lo debe hacer cualquier tropa, si es que uno no quiere caer de su gracia. Afortunadamente no todos estamos dispuestos a “agarrarle la pata a la vaca mientras otro la mata” y hemos decidido hacer lo que esté legalmente y prudentemente a nuestro alcance para proteger al espacio aéreo mexicano de esa amenaza interior que surge del Zócalo capitalino con el apoyo de los rumbos de Lomas de Sotelo.

¿La seguridad de personas y bienes?
¿La protección del medio ambiente?
¿El respeto a ley?
¿Las finanzas públicas?
¿Los derechos humanos, comenzando por los laborales?
¿La estabilidad de los mercados y la sana competencia?
¿La seguridad de las inversiones de empresarios nacionales y extranjeros?
¿La libre empresa y su futuro?
¿Los organismos nacionales e internacionales?
¿El desarrollo tecnológico?
¿La historia?
¿Las relaciones bilaterales con otras naciones?
¿La moral?
¿La salud?
Invertí más dos años de mi vida profesional vinculándome a los proyectos “estratégicos” de obscuros, reservados, desconfiados, sectarios, burocráticos, gremiales, inflexibles e hipersensibles militares mexicanos en materia aeronáutica, especialmente a los que tiene a su cargo la Secretaría de la Defensa Nacional, intentando aportar mi granito de arena para que algunas cosas se hicieran menos mal de lo que están terminado ser, tiempo en el que pude constatar, no una sino varias veces que los temas que relaciono anteriormente les tienen sin cuidado, toda vez que su obligación es cumplir sin cuestionar de manera alguna las órdenes que les dio AMLO, resulten o no perniciosas para los mejores intereses de los mexicanos. Estoy hablando de mandos que afirman, por cierto, en este caso con razón “que el pueblo fue quien puso al patético tabasqueño en el cargo del que parte la responsabilidad de fungir como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas Mexicanas, por lo que le deben total lealtad y subordinación.”
¿Hasta cuándo? Algo me dice que hasta que a los uniformados les convenga, algo que me temo puede resultar un asunto de muy, pero muy largo plazo.
Los militares mexicanos, por lo menos aquellos con los que interactué recientemente en los ámbitos aeronáuticos, están perfectamente conscientes del poder económico, legal y político que el nefasto presidente mexicano en turno les ha dado y se sienten y se portan como si fuesen una nueva “Casta Divina” que todo lo puede y todo se merece.
Nadie me cuenta nada; escuché muchas veces a personajes con una, dos o tres estrellas en su uniforme expresarse con total desprecio sobre la necesidad de velar por la seguridad de las operaciones aéreas y el marco normativo nacional e internacional que hace ello posible, como los escuché violar, además testigo y sujeto inclusive en carne propia, de la infracción de derechos humanos relacionados con la dignidad, jornadas laborales y condiciones de empleo de sus subordinados civiles y militares por parejo, estos últimos adoctrinados en este ambiente y por consiguiente menos sensibles a tales acciones.

Es más, uno de los generales al frente actualmente de una de las obras más insignes del gobierno morenista, famoso por pavonearse frecuentemente en los medios de comunicación, recibió alguna vez en una reunión a varios colaboradores civilones, quien firma esta columna incluido, con un contundente y hay que decirlo lapidario y premonitorio: “Bienvenidos a una dictadura militar.” Sobra decir que, descendiente de refugiados de los horrores que tuvieron lugar en la Guerra Civil Española y de las atrocidades que la dictadura religioso-militar que impuso en esa tierra el despiadado fascista de apellido Franco, al escuchar tales afirmaciones, ahora sí que me quedé helado. No es para menos, ¿no cree usted? Igual y en una de esas me congelan y no necesariamente en materia profesional aeronáutica, sino literalmente en el refrigerador de una morgue o de plano me desaparecen. En fin…así es a veces de injusta la vida.
Pero volvamos a lo esencial:
Vaya regalo el que les dio a los militares el jefe del ejecutivo que habita, cual soberano, en Palacio, luego de haber comprendido muy pronto entrado el sexenio que era preferible ser incongruente con sus más reiterados postulados de campaña, como era ese de “enviar de regreso a sus cuarteles a los militares”, que arriesgarse a estos le diesen un golpe de estado al darse cuenta del daño potencial que su gobierno podría hacer a México; pero vaya precio en términos económicos y lo más importante, en materia de libertades individuales y colectivas el que los mexicanos vamos a pagar para que López Obrador termine como el chileno Salvador Allende. No seré yo, sino más bien mis hijos y nietos, si es que viven en México, los que paguen realmente por ello. La verdad dos de mis tres hijos ya huyeron al extranjero, uno de ellos, el mayor en calidad de militar norteamericano ¡quién lo diría! Por cierto en materia de fuerzas armadas también hay categorías. En fin…
Por lo pronto, estimado lector, disfrute de su vuelo entre el AIFA y Tulum a bordo de un avión de Mexicana de Aviación.
No solamente espero que llegue a tiempo a su destino, sino que siquiera llegue con integridad, como deseo que le traten como cliente y no como “pelón” que debe obedecer lo que se le indique, eso sí sin reclamar, nada, absolutamente nada.
Así las cosas con esto de los militares mexicanos jugando a los avioncitos.
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