Salvando trámites a cañonazos
“El Aviador” recuerda, por cierto con enorme y agradecimiento a quienes los hicieron posible hace ya algunas veinticuatro horas, como diría un cuate bien borrachín que ya anda sobrio gracias a AA,
sus tiempos colaborando en una aerolínea carguera con base en un estado del centro de cierta insular nación, que por tratarse de una operadora que atendía la demanda de vuelos de fletamento contratados por clientes a los que les urgía la capacidad aérea para reducir el tiempo de entrega de alguna mercancía, requería que sus gestores a recurriesen con frecuencia, inclusive en deshoras, a los buenos oficios de funcionarios competentes en el seno de la autoridad aeronáutica nacional con el fin de obtener los correspondientes permisos para realizar a la mayor brevedad posible los vuelos, eso sí, siempre dentro de lo que marca la ley para tales vuelos, pero también siempre con la conciencia de la importancia de no entorpecer de manera inútil los trámites en beneficio de las actividades productivas con las que se relacionaba la realización de ese aerotransporte.
Si bien “el Aviador” no se chupa el dedo y tenía claro que como en toda dependencia gubernamental, en el espíritu obregonista, “un cañonazo de cincuenta mil pesos” podía hacer maravillas en eso de facilitar cualquier tipo de trámite.
Lo cierto es que, por lo menos entonces y con esos funcionarios, ya fuese a nivel de la sede de la dependencia o de las comandancias de los aeropuertos, por lo menos quien firma esta entrega, nunca tuvo conocimiento del otorgamiento a dichos servidores públicos de dádiva alguna, o dicho de manera coloquial: moche.
“El Aviador” se entera por medio de voces que deben realizar trámites similares para operar vuelos “en los tiempos estelares de la actual administración” (Joaquín López-Doriga), que los mismos, primero ya no son ni tan ágiles y flexibles, es decir que quienes los tienen a cargo los entorpecen, demoran o hasta niegan, y segundo, implican transferencias de dinero que no necesariamente terminan en las arcas nacionales sino en las carteras particulares de algunos, quién sabe usted quien sea, tal y como estoy casi seguro sucede con una parte importante de los montos que personas físicas y morales nacionales, me dicen mis confiables fuentes, deben cubrir y que llegarían hasta los diez mil “chuchulucos” para obtener una Tarjeta de Identificación Aeroportuaria en un moderno aeropuerto que se caracteriza por la originalidad de la decoración de los baños de su terminal de pasajeros.
¿Qué tienen en común la gestión de la autoridad aeronáutica y la administración de tan oronda infraestructura aeroportuaria en la lejana nación vecina de la Atlántida a la que me refiero?
Seguramente ya sabe la respuesta estimado lector, y si no es el caso, con gusto se la confirmo: las mismas están a cargo de uniformados castrenses en activo o en retiro para los que los grandes sueldos que perciben parecen no resultar suficientes y se están prestando, por cierto, traicionando a esa patria que claman amar y defender, a caer en las redes de la más burda corrupción, algo que resulta lamentable y preocupante, toda vez que no solamente “El Aviador”, sino cualquier ciudadano con dos neuronas sabe que las fuerzas armadas son la última gran defensa que un país tiene contra amenazas internas y externas, incluyendo la ilegalidad. Así las cosas “por Niu Llork”…
