Todos sufrimos de alguna manera.
El día en que todos perdimos algo: duelo colectivo

Todos hemos perdido algo alguna vez, las llaves, los lentes, y hasta el móvil o la cartera, y hemos caído en desesperación hasta encontrar el objeto en cuestión, o nos hemos enfrentado al enojo y decepción al no encontrarlo; sí a usted no le ha pasado, no cante victoria, todos perdemos algo alguna vez, y conforme pasan los años, suele ser más y más común.
Sí, la vida está compuesta de encuentros y pérdidas, de pérdidas y encuentros.
Cuando nacemos perdemos el espacio tibio y envolvente del útero, perdemos los dientes, perdemos la niñez, y hasta la inocencia; luego con el tiempo, algunos, hasta el cabello. Este tipo de pérdidas son en realidad una metamorfosis, donde algo viejo da paso a algo nuevo, sin dejar de ser y estar; pero hay otro tipo pérdidas, las pérdidas disruptivas, las definitivas que provocan la ausencia o falta irreparable de algo que teníamos, y ya no tendremos más.
Una de esas pérdidas es la muerte de un ser querido; es tan inaceptable y dolorosa, que algunos la desafían con la idea de una vida después de la muerte, suele ser una tragedia que incluso muchos no logran superar de forma sana. El dolor y las manifestaciones físicas y psicológicas, que preceden a la muerte de los nuestros, se llama duelo, y las personas lo llevamos de diferentes formas.
¿Cómo se vive duelo?
En la película italiana “La habitación del hijo” (La stanza del figlio 2001) se narra la historia de un duelo, se trata de una familia, padre, madre, dos hijos, con una vida cotidiana rutinaria, donde dan todo por sentado, hasta que en un accidente muere uno de los hijos, entonces, esta pérdida disruptiva, trastorna la vida de la familia, el trabajo pierde sentido, la relación de pareja se daña, los padres sienten tanta culpa de descuidan a su otro hijo; se aferran al recuerdo preservando la habitación del hijo, en donde pasan tiempo, dejando su vida en pausa. Esta gris, taciturna y lenta película, logra transmitir un poco del dolor y las manifestaciones físicas y psicológicas, que preceden a la muerte de los nuestros.
En este caso, el hecho de que el hijo muriera en un accidente, genera un duelo patológico; otros factores que hacen patológico un duelo son las pérdidas abruptas, homicidios, o situaciones donde el cuerpo no se recupera y no se tiene la certeza de la muerte.
Del duelo personal al colectivo.
Bien, ahora imagine a México, con 31 mil 689 muertes violentas entre enero y diciembre de 2019, además 916 feminicidios y 5184 desaparecidos en ese mismo periodo; sume el duelo por la mayor pérdida de empleos en una década, con 382,210 puestos de trabajo perdidos en 2019, agregue la pérdida de la atención a la salud, con la fallida creación del Instituto Nacional para el Bienestar (INSABI) y la desaparición del Seguro Popular, y el desabastecimiento de medicamentos en diferentes hospitales del Sector Salud, con lo que seguramente ha habido y habrá decesos.
El resultado es una sociedad en duelo, los mexicanos hemos perdido mucho.
Muchas de estás pérdidas son irreparables, y se podrían evitar con acciones eficaces, efectivas, certeras y oportunas por parte del Gobierno de México, que entre populismo y proselitismo, sepulto sus deberes y promesas.
Respetemos nuestro duelo, pero no nos quedemos en la negación, abramos los ojos a la realidad, no negociemos con los culpables, ni los justifiquemos. No hagamos un duelo patológico.
México nos necesita ecuánimes, atentos, útiles, con la capacidad de señalar al gobierno en turno las pérdidas, y de exigir seguridad, empleo, y salud.
Es tiempo de encarar las pérdidas, cerrar círculos y salir de la habitación del hijo perdido.