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Su suerte estaba echada...

Un 10 de abril...

“¿Será posible que mi títere se haya subordinado? No creo que llegue a traicionarme, con toda la confianza que le tengo, después de todo lo que le ayudé, de cómo le formé…”

Por más remedios, tizanas y pastillas que había tomado, el máximo líder se sentía de mal en peor.

Sufría una de esas gripes viscosas, de las que se pegan a fondo haciendo trizas cualquiera intentona de buen ánimo. Ya era de noche cuando pudo medio recuperar el talante y se puso a releer, recostado en su cama, un libro que le cautivaba:

“Mein Kampf”… “Mi lucha” de Adolf Hitler. 

A los ojos del líder, el alemán no razonaba mal, por lo que empezó a tomar nota mental de las ideas que consideró más atractivas para aplicarse en el país.

“La Supremacía de la Nación Mexicana”

¡No! Mejor aún:

“La Supremacía de México”

Mmmm… No… Tal vez de la t…

Cayó en una especie de ensueño en el que se veía a si mismo parado en el Balcón Central de Palacio Nacional mientras, frente a Él, una muchedumbre de personas le vitoreaban:

“¡Eres el Elegido! ¡Eres el Salvador de la Patria! ¡Nuestro Héroe!”

amlo leyendo

Entornó los ojos como paladeando el momento y sin siquiera fijarse en quién podrá estar, en ese momento, a su lado. Eso no importaba. Los anteriores tres presidentes habían sido unos petimetres a quienes él fácilmente superaba en popularidad, en visión de país… ¡En todo! Él era el gran consolidador de la revolución de revoluciones, de cambio profundo, de un nuevo sistema de gobierno para darle al pueblo lo que…¡Él quería darle y no lo que, según unos retrasados ideológicos, el pueblo necesitaba!

El líder, supremo hacedor del nuevo sistema político mexicano, ya no estaba al frente del país, pero seguía gobernando como si lo estuviera, aunque tras bambalinas. Si bien tuvo que ceder el poder para evitar odiosas comparaciones con el Dictador Díaz, lo había dejado en una persona de su entera confianza, una marioneta manipulable y sumisa. Con ello, el líder sentía tener todo el tinglado puesto para, en una de esas, durar lo mismo que el “Tercer Reich”…O aún más.

Pero algo no cuadraba. En los últimos meses, esa persona había hecho cambios en la gobernanza. Y eran preocupantes. El líder ya no tenía a sus alfiles en las dos cámaras y sus suplentes, aunque cubrían el perfil ideológico de su partido, no eran cercanos al líder.

Y luego la situación económica, social, de seguridad, de violencia… Múltiples hechos que no eran raros pero que no se sabían: evidencias de errores, de corrupción, de desaciertos del líder que se habían dado a conocer a la opinión pública, tanto nacional como internacional. 

Guiado por su hasta entonces infalible olfato, el líder sinceramente creía que tales acontecimientos eran circunstanciales y que, si ahora eran del conocimiento nacional, más se debía a impericia o novatez del nuevo gobernante que a alguna actitud dolosa… Aunque… Tal vez… 

El caso es que el líder, si bien quería serenarse y creer que todo había cambiado, pero para seguir igual, se sentía inquieto. ¿Sería esa desazón el motivo por su actual estado de salud? 

Ató cabos y llegó a su mente un tema que no había considerado tan relevante: los militares. Cierto es que durante su gestión los había inundado de cañonazos por muchos miles de pesos y, a pesar de eso… ¿Por qué ya no le tomaban las llamadas? ¿Se estarían escondiendo de él, que tanto los benefició?

En eso, fuertes golpes resonaron en la puerta de su habitación.

Tenía que levantarse pues la puerta estaba cerrada con seguro. Como llevaba tiempo separado de su tormentosa pareja, pues ya no tenía su solícita, aunque a veces insoportable ayuda para menesteres como ese. Ni modo. Dio un resoplido fuerte y, tras un sonoro pujido se pudo levantar de la cama, se acercó a la puerta y la abrió.

Era su ayuda de cámara. Estaba pálido.

-¿Y ora tú? ¿Qué te pasa? ¿Por qué vienes a molestarme?

-Señor (dijo visiblemente turbado el asistente)… Un general viene a verle. Dice que es urgente y que trae una carta de la presidencia.

El líder palideció y se encaminó a la puerta. 

“¿Será posible que mi títere se haya subordinado? No creo que llegue a traicionarme, con toda la confianza que le tengo, después de todo lo que le ayudé, de cómo le formé…”

El militar hizo una mueca a guisa de saludo, extendió el brazo derecho y le mostró un sobre. Azorado, el líder lo tomó, lo abrió, sacó la carta y… Empezó a sudar y se tambaleó. El asistente alcanzó a detenerlo para que no cayese al suelo, se puso debajo de su brazo izquierdo y lo condujo a la sala. Ahí lo sentó. Hasta entonces el líder pudo retomar la lectura de la carta. 

La marioneta ya no lo era. Debido a las continuas injerencias del líder y al deterioro que eso causaba en la gobernanza, lo había expulsado del país y le daba 8 horas para tomar sus efectos personales, tras lo cual sería conducido a un aeropuerto cercano y enviado a un lugar por definir en los Estados Unidos. Su suerte ya estaba echada. 

Esa mañana del 10 de abril de 1936, Plutarco Elías Calles fue puesto en un avión… ¡Y se fue!

Las traiciones entre políticos no son raras en México y en el mundo. Las ha habido menores, como es el caso de chapulineos entre partidos o cambiarse de bando en el mismo, pero también mayores que han llevado, al traicionado, a la muerte, como fueron los casos del el italiano Pitaluga a Vicente Guerrero, Victoriano Huerta a Francisco I. Madero y presumiblemente Carlos Salinas a Luis Donaldo Colosio.

Podría decirse que la de Lázaro Cárdenas a Elías Calles fue algo intermedio, pues si bien no resultó en la muerte física de este último si lo fue en cuanto a su fin político. Plutarco vivió 9 años más, siendo indudable que su salud inició su deterioro a partir de su destierro.

Es claro el paralelismo que estamos viviendo en México con un nuevo “Maximato” sobre la actual y aún sumisa presidente.

Al igual que Elías Calles, tanto en su paso por la jefatura de Gobierno del D.F. como en su gestión presidencial, Andrés López evidenció una actitud sumamente controladora, acostumbrando a defenestrar a sus subordinados, a exigirles sumisión absoluta y a, cual tropical Procusto, cooptarles cualquier síntoma de capacidad que les hiciera ver superiores a él. Fernández Urzúa que el mejor ejemplo de persona apta que prefirió renunciar antes que prestarse a ver mutilada su dignidad.

Y al igual que Lázaro Cárdenas, Claudia Sheinbaum ha mostrado sumisión total (casi abyecta) a López Obrador desde que dependía de él en esa misma jefatura de gobierno y hasta ahora, pero…

Ha dado y le han dado señales. En las primeras, pudimos ver que en sus primeros siete meses en el poder la gobernanza ha cambiado en algunos rubros como es el combate al crimen organizado, manejo de relaciones con E.U., acercamiento con empresarios, etc.

En las segundas, sus relaciones con la presidente y con los líderes de su partido en el Congreso no son las mejores. Iniciativas de leyes que no pasan, recordatorios sobre moralidad, indiferencia de ellos para ella en actos públicos.

Sheinbaum, empero, cada vez se apoya más en las gestiones de sus Secretarios de Seguridad y de Marina. Los golpes al narco (tal vez más mediáticos que efectivos y poco creíbles en cuanto al número de detenidos) han denotado un mayor control de parte de la milicia y no sería extraño aventurarse a suponer que los anda “conven$iendo”.

Por otro lado, sus recientes manotazos sobre noticias filtradas la han desquiciado, dando a entender que su temperamento irascible tal vez supere su patético sometimiento a López.

Un creativo en Facebook planteó un escenario curioso, en el que López Obrador le telefonea a Sheinbaum para reclamarle por haber dejado que detuvieran a sus hijos y a sus políticos de confianza. Y ella le contesta que tuvo que hacerlo, porque el siguiente en la lista era el mismo Anlo.

Me inclino más por una versión actualizada del suceso Elías-Cárdenas. La escena sería así:

Andrés López, a punto de subir al avión de la D.E.A. que lo llevará preso rumbo a Nueva York, le dice a Claudia la frase que Julio César espetó a Brutus, cuando éste iba a apuñalarle:

¿TU QUOQUE, FILIA MEA?

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