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Capítulo 1: Golpe de calor

Descubrirme en Qatar, un adelanto

Descubrirme en Qatar es el único libro escrito en español, desde Hispanoamérica y por una mujer que te sumerge de manera divertida y a la vez profunda en el desierto y en la cultura de Qatar. Revela sobre la vestimenta de las mujeres, la poligamia, matrimonios arreglados y más temas intrigantes de la cultura árabe-musulmana, al tiempo que ofrece un espejo para revisitar nuestra propia cultura.

Querido lector: te agradezco el haberme acompañado en la serie de crónicas sobre la cultura y la sociedad de Qatar. Puedes continuar la aventura aquí con el primer capítulo de mi autobiografía ficcionada Descubrirme en Qatar (Nitro/Press, 2022). Si te quedas picado con la lectura, te invito a la presentación el miércoles 5 de octubre de 2022 a las 18:00 horas en la Casa Taller Alfredo Zalce en Morelia. Habrá brindis de honor y firma de ejemplares.

Capítulo 1: Golpe de calor

Fue en la cabina de pasajeros del avión en Londres donde tuve una probadita de lo que me esperaba. Al entrar, me vi rodeada por mujeres árabes totalmente cubiertas de negro. Mientras platicaban, sacaron artículos personales de sus grandes bolsos de marcas de lujo y los acomodaron en sus amplios asientos de business class. Me sentí en desventaja: ¿por qué habrían de saber más de mí que yo de ellas? Vieron mi estilo sencillo: pantalón de mezclilla y playera, mi cabello rizado peinado al natural, o despeinado luego de 12 horas de viaje desde Estados Unidos. Algo llegarían a saber de mi personalidad o estado de ánimo. Yo, solo supe su estatura, algo de su complexión y percibí su actitud desenvuelta y su seguridad en sí mismas. Nos dirigíamos a Qatar, en la desértica península arábiga; yo, a tomar mi nuevo puesto como investigadora asociada en la universidad estadounidense de Carnegie Mellon de la que recientemente me había graduado de la maestría.

Sentada en mi ancho asiento, saqué el sándwich de jamón y tocino que había comprado en el aeropuerto, pues las azafatas de la aerolínea se encontraban en huelga y no nos servirían alimentos. En Qatar no se permite comer cerdo, así que me despedía de él en este sándwich. Lo comí poco a poco para saborear su tocino frito y bien crujiente, en el punto exacto para envolver el sándwich con su sabor intenso y ligeramente quemado. Mi deleite se vio interrumpido por preguntas que hasta ese momento se me ocurrieron. Y si mis alumnas se cubren totalmente, ¿cómo sabré quién es quién?, ¿y si se hacen pasar una por otra en los exámenes?

Unos meses atrás, antes de graduarme en el campus de Pittsburgh a mis 27 años, mi amiga Silvia me platicó sobre su más reciente viaje:

—Fui al campus que Carnegie Mellon inauguró en Qatar el año pasado.

—¿Dónde? —y señaló en el mapamundi una pequeña península en el Golfo Pérsico.

—¿Por qué ahí?

Me explicó que Qatar tenía la tercera reserva mundial de gas natural, el combustible del futuro. De un día para otro, el país era rico, pero no estaba desarrollado.

—¿Es posible vivir y trabajar ahí si no hablas árabe? 

—Sí, los señalamientos y etiquetas están en inglés. En la universidad las clases se imparten en inglés y hay gente originaria de muchos países.

Al regresar a mi casa, teclee “Qatar” en el explorador de internet. El país me pareció una tierra de oportunidades, un desierto donde había todo por construir. Y no solo a mí, sino también a los 750,000 extranjeros que vivían ahí y representaban el 80% de la población. La mayor parte de su historia había sido un país pobre que los beduinos recorrían de un extremo al otro en caravanas de camellos, cargaban las tiendas de tela a rayas rojas, verdes y negras en las que pernoctaban sus dueños y unos cuantos enseres para sobrevivir. En el siglo XX, fue una colonia inglesa que vivía de la venta de perlas. Fueron los avances tecnológicos de los años ´90 lo que le permitieron exportar el gas por barco, no solo por gasoducto, y recibir cuantiosos recursos económicos. Lástima por los ingleses, que hacía unos 20 años le habían dado su independencia y se perdieron de decidir sobre esa riqueza.

El ascenso de Hamad bin Khalifa Al Thani como jeque en 1995 puso a Qatar en la ruta del desarrollo. Quise estar ahí por las innumerables oportunidades que ofrecería y sin más, me di a la tarea de investigar cómo ir a trabajar al campus. Por arte de magia, mi profesor Jon, quien se mudaría a allá por tres años con su familia, me ofreció ser su asistente para la clase de estadística que impartiría.

—Además, quisiera hacer investigación sobre el gobierno electrónico en Qatar, Chuck —le dije en una llamada telefónica al rector de la universidad, quien decidía las contrataciones.

Yo aún no sabía si quería estudiar un doctorado y dedicarme a la academia o convertirme en profesionista. Mi estancia en la universidad me ayudaría a explorar el primer camino y tomar una decisión. La puerta que toqué se abrió y ahora me encontraba saboreando el último pedazo de mi sándwich de jamón y tocino en el avión rumbo al país que sería mi hogar por los siguientes 10 meses.

Al llamado de la azafata, las mujeres árabes a mi alrededor detuvieron su conversación animada para tomar sus asientos, ponerse los audífonos y escuchar música. Hasta antes de caer rendida de sueño, vi que permanecieron cubiertas de pies a cabeza.

Desperté al anuncio del capitán de que pronto aterrizaríamos en Doha y vi que las mujeres musulmanas mantenían su cuerpo cubierto con la abaya y su cabeza con el niqab, que solo deja ver los ojos. ¿No estarán ansiosas por descubrirse luego de 10 horas de vuelo? La ansiosa era yo por llegar a Doha y finalmente saber cómo era, aunque mi primer encuentro con la ciudad fuera de noche.

 avion doha emerge del desierto carla pascualDoha emerge del desierto Foto: Carla Pascual

En el área de llegadas me recibió Marjorie, mi compañera estadounidense de la universidad. Al momento de cruzar la puerta del edificio terminal, el calor húmedo de agosto me golpeó. De inmediato, mi cuerpo se defendió sudando y lo único que quise fue regresar al edificio y disfrutar del aire acondicionado. Marjorie continuó avanzando.

—El coche está a la izquierda —me indicó en inglés, el idioma que seguiría hablando luego de vivir dos años en Estados Unidos.  

La seguí, no había vuelta atrás. Subimos al automóvil y el termómetro marcaba 40 grados Celsius a las 22:13 horas del 15 de agosto de 2005.

—El verano es muy caluroso, por eso la mayoría de la gente se va de Doha, árabes y extranjeros —explicó mientras tomamos camino a mi departamento.

Pronto desembocamos en el malecón iluminado y sin edificios en la acera de la playa, el Golfo Pérsico se veía sin obstáculos. Entendí que era su humedad la que hacía que el calor se sintiera pegajoso e insoportable.

Será un alivio venir a la playa a refrescarse —le dije.

En la ciudad no hay playas para nadar, salvo las de un par de hoteles —respondió y con sus palabras la vida que me había imaginado en una ciudad con playas públicas donde divertirme los fines de semana se esfumó.

            Nos alejamos de la costa y nos adentramos en la ciudad, dando vueltas y vueltas entorno a sus glorietas. El alumbrado público me dejaba ver el exterior, pero el cansancio me impedía notar qué había allá afuera.

—Mi esposo es estudiante del doctorado en robótica en el campus de Pittsburgh —me explicó Marjorie—. Su director de tesis es Chuck, el rector, y nos invitó a venir para seguir con su investigación y a dar clases. Es nuestro segundo año.

—¿Y qué tal?

—Estamos contentos, pero no pensamos establecernos aquí para siempre, está muy lejos de Estados Unidos.

Sentí la lejanía que mencionó Marjorie al momento de salir del avión, internarme en el edificio terminal y notar una monotonía desfilar ante mí. Eran los atuendos tradicionales de los árabes: los hombres en blanco y las mujeres en negro. Sí, estábamos en un lugar muy lejano y ajeno.

Como no había tráfico, llegamos rápidamente a Samarya Gardens, el conjunto habitacional donde viviría. Marjorie me explicó que los árabes viven en sus casas y los extranjeros dentro o fuera de conjuntos habitacionales. La universidad había escogido la segunda opción para dar vivienda a su personal. 

Con trabajo subimos mis dos maletas al segundo piso por la escalera de caracol. Marjorie abrió la puerta del departamento amueblado. Me mostró mi recámara y su terraza muy amplia con puerta de vidrio a través de la cual se veía el Estadio International Jalifa. Se encontraba en trabajos de ampliación para los Juegos Asiáticos de 2006. Ser la sede era una manera de posicionarse en Asia y mostrar su desarrollo.

—Seguramente en unos años concursará para ser la sede de los Juegos Olímpicos o del Mundial de Futbol —dijo.

Me entregó mi teléfono celular con el número del servicio de choferes para que llamara y me llevaran al día siguiente al desayuno de bienvenida en la universidad. También sacó un papel, no tenía mi domicilio escrito, sino una explicación: el nombre del conjunto habitacional, la calle, al lado de la Escuela Americana como referencia, y el número de mi edificio. Nada de número exterior ni colonia. Tuve dudas de si el chofer podría dar con el lugar con esas referencias.

—También le diré que es un conjunto habitacional de reciente construcción.

—Eso no hará diferencia, ¡por todos lados hay construcciones nuevas!

Marjorie tenía razón, Doha crecía a pasos agigantados gracias a la venta de gas natural y a la mano de obra de expatriados, desde los albañiles hasta arquitectos mundialmente famosos. Me dio de nuevo la bienvenida y se despidió.

En mi recámara me alisté para dormirme y me tumbé en mi cama. Me gustó mi nuevo departamento, Hendrick y yo viviríamos muy cómodos en él. Hendrick era mi novio, un estudiante de posdoctorado en el campus de Pittsburgh de Carnegie Mellon. Habíamos planeado que él llegara a Qatar en las vacaciones decembrinas y se quedara durante mi segundo semestre a seguir su investigación en ciencias computacionales. Luego volveríamos a Pittsburgh.

—¿Qué países te gustaría que visitáramos? —le pregunté entusiasmada unos meses atrás cuando platicamos sobre la oportunidad de venir.

—Israel —y se echó a reír.

—¡Estás loco! Eso no está permitido, Qatar e Israel son enemigos. Ya, en serio. Hay que ir a países lejanos, no sé, Madagascar, Uzbekistán. Yo quiero ir a Omán.

—¿Omán? ¿Qué hay ahí?

—No sé, pero siempre me ha llamado la atención.

Me quedé dormida recordando que también queríamos ir a Kenia y Vietnam.

Dunas al sur de Doha carla pascualDunas al sur de Doha Foto: Carla Pascual

A las cinco de la mañana, el jet lag me abrió los ojos. Para mi sorpresa, la luz del amanecer se colaba entre la pared y la cortina de tela gruesa blackout. Ayer en la noche no había podido apreciar Doha, así que salí de la cama sin ni siquiera estirarme para comenzar a explorarla. Por el vidrio de la ventana vi la típica postal del horizonte en los países arábigos: una especie de bruma arenosa difuminaba el sol naranja a lo lejos y pintaba el cielo de un amarillo pálido, parecía un reflejo del terreno desértico. El minarete de la mezquita vecina también se veía borroso, pero dejaba escuchar claramente el llamado al rezo del amanecer. Abrí la ventana para escuchar esta salmodia, un tanto nostálgica, en voz masculina transmitida a través de un altavoz. Así de temprano en la mañana, la humedad del calor mojó mi piel de golpe e hizo cosquillear mi nariz. Mi boca se resecó para quedar con una sed que no me abandonaría durante toda mi estancia. Mis cinco sentidos me decían que había llegado a Qatar.

Las mujeres qataríes en la política y en la alta dirección gubernamental

www.carlapascual.com

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