Capítulo 3 del relato:
El amor en tiempo del coronavirus
Sonia está a punto de terminar de hacer la cena, porque como faltan tan pocos días para la boda, la dieta es más rigurosa que nunca.
En eso oye el rechinido que hace la puerta eléctrica al abrirse y piensa:
–¡Ya llegaron! ¡Qué emoción! Debo de hablarle al Ingeniero Monroy para que venga a revisar la puerta, no vaya a ser que el día menos pensado se rompa el chicote y ya no se pueda abrir.
Sale corriendo a recibir a la niña que viene llegando de Canadá con esposo y nieto a la boda de la otra. Los extraña horrores, pero se seca las lagrimas mientras repite en voz alta su acostumbrada mantra:
–Están lejos, pero qué paz que no vivan en este país inseguro y violento.
El bebé viene dormido, así es que suben sigilosamente a acostarlo mientras Pablo con una enorme sonrisa se sienta en la mesa.
–¿Qué pasó? ¿Por qué estás tan sonriente?
–¿Se me nota?
–¡Claro, si parece que traes metido un gancho de ropa en la boca!
–Pues estoy feliz, resulta que me di cuenta que con el home office, todo marcha sobre ruedas en la empresa. Todo el mundo está trabajando súper feliz desde su casa y dando excelentes resultados. Por otro lado, con los rumores del COVID, la gente no está yendo a comprar y no tenemos cómo pagar la nómina de los empleados de las tiendas.
–¡Ay, que truculenta felicidad la tuya!
–Déjame acabar, hoy después de hacer números y ver los resultados del trabajo desde casa, se me ocurrió proponer en la junta de Consejo, que cerremos algunas oficinas. El ahorro que representa el pago de la renta de unos cuantos corporativos en la República nos alcanza para pagar la nómina de los empleados este mes y el que entra, por si acaso siguen bajas las ventas. Claro que hay que pagar penas convencionales por la rescisión de los contratos, pero sigue siendo la mejor alternativa. Todos los del Consejo estaban maravillados con mi propuesta, porque era eso, o tener que despedir a cientos de empleados. Así es que mi amorcito, te tengo la maravillosa noticia de que ya me voy a quedar a trabajar en la casa, ¡para siempre!
A Sonia se le llenan los ojos de lágrimas mientras maldice que es tan tarde y no puede marcarle a Pili. Además ya viene bajando a cenar la niña, pero mañana la verá y le va a poder contar todo, en la despedida de soltera de la otra.
–Qué lindo está todo, amiga, de verdad eres una gran anfitriona, has de estar muerta con todo lo que trabajaste para la despedida.
Lo bueno es que ya en unos días se casa una niña y la otra se regresa a Canadá, vas a tener tiempo para hacer todo lo que siempre has querido pero con más calma. Vas a poder descansar, tomar los cursos de panadería, disfrutar tu jardín... hasta me vas a poder ayudar con el trabajo, quién quita y te gusta y te vuelves orfebre también, ¿te imaginas? Cuántas veces habremos dicho que deberíamos de tener un negocio juntas. Es más, ya vas a tener tiempo de enseñarme todo lo que sabes de redes sociales, ¡hasta clases podrías dar!
Pilar se da cuenta que Sonia está demasiado callada y la lleva a la cocina donde pueden hablar sin tanta gente al rededor.
–¿Qué tienes?
Sonia le cuenta desconsolada su tragedia: Pablo va a hacer home office perpetuo.
–¿Perpetuo? No seas exagerada, o sea, sí se sienten largos los días y ya sé que no estás acostumbrada a tenerlo en la casa entre semana, pero, de ahí a que sea perpetuo... no sé amiga, eso es muy drástico.

–Sí perpetuo, Pili, me lo dijo ayer. Me contó que gracias a su sugerencia, van a cerrar algunas oficinas para que no correr a nadie. No lo pude evitar y me puse a berrear. No ojito Remy, no lagrimones, ¡berridos! Imagínate, el pobre ya no sabía ni qué hacer conmigo y, ¿sabes qué es lo peor? que me abrazó y me dijo:
–Eres una gran persona, sabía que te iba a conmover saber que no va a haber despidos y, en cierto modo, gracias a mí. Por eso te amo, por solidaria.
¿No está cabrón? Encima de que yo estaba llorando la pérdida de mis sueños, de mi tranquilidad, de tener un poco más de libertad, me hace sentir culpable por no haber pensado en los desempleados. Soy una perra.
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