Entre Saint-Exupéry cineasta y que nos quisieron cerrar la Cineteca Nacional

Habiendo sido seducido por las posibilidades reales e imaginarias de explorar el mundo por medio de la aviación, algo en lo que la literatura tuvo mucho que ver, no nos debe sorprender que la cinematografía llamase profundamente la atención de mi eterno amigo Antoine de Saint-Exupéry

(Toño) al que podemos vincular de diversas maneras con la magia de las salas de proyección, en las que la obscuridad da cabida a ese rayo de luz que al impactar en la pantalla lleva al espectador a mundos en los que la emoción es la gran protagonista. Por lo menos esa es mi perspectiva toda vez que con el paso de los años este columnista, de la misma manera que le ocurre en un aeropuerto, ha encontrado en un cine aquello que no puede definir de otra manera que no sea un verdadero santuario en el que tiende a refugiarse cuando así lo requiere.

Pero volvamos al “Toño” cineasta, por cierto frecuentemente representado en las pantallas de plata por medio de un inmortal “Principito” cuya profunda historia y geniales gráficos han dado mucha cinta que editar a los creadores herederos de los hermanos Lumiere, a los que se dice les debemos ese aparato –el proyector –que cual alquimia, trasmuta materias primas, como las quiera usted ver o definir, en aquello que contrario a lo que en tiempos de la videocasetera se decía estaba condenado a la extinción, se sigue viviendo mejor en una resiliente sala de cine en la que el olor a palomitas y la mano del ser amado transforman los sentidos y no como lo que sucede ante una fría e impersonal pantalla de televisor, computadora o teléfono.

El cinematográfico Saint-Ex, más allá de lo que da su siempre atractivo y demandante gran personaje, al que por cierto Walt Disney rechazó por muy dramático y por ende poco atractivo cuando se le propuso para ser incorporado al elenco de su productora, tiene mucho que ver con las posibilidades del resto de sus obras literarias, en la mayoría de los casos verdaderas aventuras altamente adaptables a guiones de película, condición de un “Vuelo Nocturno”, la primera de ellas llevadas a la pantalla y también con el interés del autor de escribir guiones originales, como el de Anne Marie del año 1935 firmado por Jean d’ Arjanse pero “en base el guión de Antoine de Saint-Exupéry”; Igor de 1940; y un intento de vender la idea de convertir en película el que me parece su más valioso libro (Terre des Homes) al director y productor Jean Renoir para lo cual “Toño” empleó una serie de grabaciones de voz del año 1941 que le hizo llegar a su compatriota, mismas que se publicaron en un CD que este amante de las biografías de los grandes héroes de la aviación y columnista conserva como uno de sus más preciados tesoros.

Y es que escucharle hablar, cantar y juguetear con su peculiar tartamudeo resulta una experiencia verdaderamente maravillosa que invito a mis lectores a vivir si les es posible, como les invito, también si les es posible a visitar una Cineteca Nacional que en este 2024 está celebrando sus primeros 50 años de poner al alcance del público en México lo mejor del cine mundial, incluyendo, claro está, el gran cine mexicano.

Y pensar que este espacio cultural, como de hecho, cualquier espacio similar que costara dinero que no aportara al control de la intención de voto del pueblo mexicano, fue uno de los objetivos originales del austericidio cuatroteista.

Es decir: Nos lo querían cerrar. Afortunadamente alguien, por cierto de manera sorprendentemente, logró convencer a un “YSQ” que los mexicanos hemos comprobado no entiende otras razones que las suyas, para que el público pudiera seguir dándose el lujo de acercarse a los rumbos de Xoco en la Ciudad de México a disfrutar lo que a uno más le plazca en esa original arquitectura en la que además de ver cine de primera, se come, se descansa, se lee, se bebe y se conoce gente también de primera.

Ojalá y ese “alguien” hubiese también convencido al de Mascupana de no cometer la tontería, entre las muchas que ha cometido, de cancelar el nuevo aeropuerto de Texcoco, el Seguro Popular, los contratos de distribución de medicinas, o crear una nueva aerolínea, por citar algunos ejemplos, a los que este opinólogo aeronáutico, siguiendo su personal línea editorial, debe sumar la de haber puesto en manos de quienes no están preparados para ello (los militares) virtualmente el control de la aviación civil.

En fin; insisto, por lo menos nos dejó una Cineteca Nacional en la que no tiene una idea lo agradable que me resultaría se presentase un ciclo de cine aeronáutico internacional en el que siento deberían exhibirse películas como las extranjeras “Aeropuerto” (la original), “Memphis Belle”, “Hells Angels”, “El Espíritu de San Luis” y claro está “Vuelo Nocturno”, además de clásicos mexicanos como “El Mundo de los Aviones” (Capulina) y “A Volar Jóven” (Cantinflas).

En una de esas esta entrega llega a los ojos de algún directivo de la Cineteca que compre la idea y el deseo se me concede. ¿Se vale soñar, no?

Y hablando de soñar, debo confesar que deseo un México en el que los pobladores dejemos de ser tachados ya sea de “chairos” o de “fifis”, escenario que la Cineteca Nacional demuestra es posible debido a que en ella ambos extremos del espectro político podemos convivir codo a codo en el marco de un interés común, en este caso el cine.

Es más; quizás es tiempo de olvidarnos de filias y fobias y de pensar en un México en armonía, desterrando del gobierno a quien o a lo que no contribuya a la unión de un pueblo de por sí históricamente dividido, aspiración en la cual siento debe privilegiarse el respeto a las instituciones civiles y al marco legal que las norma y algo muy importante: la participación ciudadana con su voto responsable en las próximas elecciones. No vaya a ser que ahora sí nos quedemos, no solamente, sin Cineteca Nacional, sin aviación civil, sino que hasta sin un México en paz.