El mito de los Tratados de Bucareli y la corrupción de los generales
A la hora de hablar de una industria aeroespacial mexicana invariablemente nos topamos con un fantasma: el del presidente mexicano Álvaro Obregón portando en su mano un ejemplar de los Tratados de Bucareli, firmados con Estados Unidos en 1923, que cuenta la leyenda impiden, aun hasta nuestros días, que México desarrolle tecnología propia,
tanto así que desde los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas, establecidos en la Ciudad de México en 1915, de los que llegaron a emanar aeronaves diseñadas y fabricadas completamente en México, nos hemos visto forzados a adquirir básicamente equipo de vuelo extranjero.
¡Nada más falso!
Efectivamente los Tratados de Bucareli se firmaron, pero como un instrumento mediante el cual se llegó a un acuerdo para atender los reclamos de los intereses norteamericanos afectados por la Revolución Mexicana. En ningún momento se hablaba en ellos de prohibición alguna para el desarrollo tecnológico en nuestro país.
Lo que terminó con la industria aeronáutica civil y militar nacional de hace más de un siglo es lo mismo que ha detenido el avance de México en otras industrias, es decir, la falta de una visión compartida y una estrategia Estado/iniciativa privada para identificar y participar en especialidades industriales de valor necesarias para el desarrollo nacional, congruentes con el perfil de los mexicanos y los recursos naturales y capacidades productivas de la nación, en las que México pudiera resultar competitivo para autoabastecerse o participar en los mercados internacionales y algo muy importante en el caso del abasto de los equipos de vuelo que han requeridos nuestras fuerzas armadas: la corrupción de los mandos, por cierto muchos de ellos de enorme prestigio histórico, que fuentes para este columnista del todo confiables, me han comentado desde hace años, claro está de manera confidencial y sin mostrar gran evidencia, se habrían beneficiado indebidamente a título personal con el otorgamiento de contratos de compra de aeronaves, refacciones o equipos, especialmente a compañías norteamericanas y soviéticas, o fueron presionados por esos gobiernos, algo que en mi opinión también es corrupción, casos emblemáticos los de la provisión del primer jet empleado por la Fuerza Aérea Mexicana (FAM), el caza británico de Havilland Vampire en el año 1961, como lo es el del enorme helicóptero Mil Mi-26 en los colores de la FAM a partir del año 1999.
Si bien la existencia en nuestro país de los muy rentables “clusters aeronáuticos”, fenómeno detonado a partir del año 2006 cuando la canadiense Bombardier apostó con éxito por México, atrayendo cual bola de nieve un número creciente de inversiones aeroespaciales, que, hacia finales del año 2023 supone unas 365 empresas en 23 entidades, generando más de 58,000 empleos altamente remunerados asociados a exportaciones por más de 9,500 millones de dólares y lo más importante: incentivando el desarrollo de nueva tecnología aeroespacial mexicana, es una excelente noticia, sin duda no lo es el que algunos militares mexicanos sigan haciendo jugosos negocios o simple y sencillamente se dejen torcer la mano por gobiernos o fabricantes extranjeros a la hora de adquirir lo que sus armas requieren para cumplir con su función constitucional.
Creo que lo anterior explica el porqué de la recurrente decisión por parte de las fuerzas armadas de mexicanas de hacerse de equipos de cuestionable valor operativo real, y eso sí, a un precio quizás demasiado muy alto en relación al mercado, para un erario nacional que lo que necesita es que los gobernantes en turno y las entidades bajo su responsabilidad hagan el mejor uso posible de los recursos, en lugar de haber hecho esfuerzos para desarrollar proveeduría local, tan sólida como aquella de los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas, que bien pudo ser el cimiento de una ya centenaria industria de manufacturas de aeronaves de alcance mundial.
Desgraciadamente para usted y para el resto de nuestros conciudadanos, los militares no se caracterizan mucho que digamos por la transparencia con la que hacen las cosas y el tema de las compras –y la lana, en uno de los que menos les gusta tratar con y dar explicaciones a nadie, aun a esa soberanía a la que supuestamente deben responder. Lo anterior me hace suponer que, si bien aquello de los Tratados de Bucareli y el impedimento de creación de tecnología en México son mitos, la realidad es que el fantasmita sigue por ahí, haciendo mucho daño.