Pragamatismo para la destrucción.
El día en que México enterró a la República: Crónica de una tiranía anunciada



Hoy, 10 de septiembre, en pleno mes patrio, se han clavado los últimos clavos en el ataúd de la República en México. Lo que para muchos comenzó como una esperanza de cambio, se ha transformado en la peligrosa consolidación de un poder absoluto. En una atropellada sesión en el Senado, el partido oficialista finalmente obtuvo la mayoría calificada para consolidar un control sin precedentes sobre las instituciones clave del país.
¿Y cómo nadie pudo verlo venir? Desde hace 18 años, el ahora presidente de México ansiaba tanto el poder que fue llamado "luchador social", incendiando pozos petroleros, alterando la paz de un país entero, y manteniendo un plantón en el Zócalo durante meses. Por cierto, no olvidemos que este lugar parece ya propiedad del "mesías tropical", ya que cada vez que hay marchas ciudadanas o de la oposición, la bandera de México es retirada de la explanada. Pero ese no es el punto. La pregunta real es: ¿nadie lo vio venir? Ya saben lo que dicen: si actúa como ganso y suena como ganso, entonces... ¡es ganso! Y para coronar el final de su sexenio, el presidente ordenó la aprobación de una reforma revanchista, teñida de venganza contra el Poder Judicial.
Es cierto que una reforma al sistema de justicia en México es necesaria para fortalecer el Estado de derecho y garantizar una verdadera igualdad ante la ley. Sin embargo, la retórica del partido en el poder para justificar esta terrible reforma ha sido manipuladora. Se han usado como ejemplos los múltiples casos de personas inocentes encarceladas o en espera de sentencia, víctimas de un sistema judicial ineficaz.
Pero esta situación no es culpa de jueces y magistrados, sino de la fiscalías, muchas de las cuales están profundamente corrompidas y subordinadas al poder, ya que dependen directamente del gobierno federal. Curiosamente, estas fiscalías no serán tocadas ni mencionadas en la reforma. El verdadero objetivo no es mejorar la justicia, sino atacar a jueces y magistrados que han resistido los intentos de someterlos al poder del "mesías" intocable, el actual presidente de México.
Y en este punto, cabe recordar una frase contundente: "Un pueblo está condenado cuando trata a sus gobernantes como sus amos a los que idolatrar, y no como a sus empleados, a quienes hay que exigir y cuestionar".
Regresando a los eventos de hoy, este avance autoritario se consolidó tras un episodio inquietante. Los manifestantes, en su mayoría valientes estudiantes de derecho, trabajadores del Poder Judicial y ciudadanos comprometidos con la justicia, se congregaron primero afuera del Senado para exigir ser escuchados por sus representantes. Al ver que no se les recibía ni se les atendía, decidieron entrar al recinto del Senado, sin usar la violencia, como ahora el oficialismo intenta hacerlo ver. La entrada fue pacífica, con la única intención de ser escuchados, pero este acto llevó a los senadores del régimen a huir del lugar y trasladar la sesión a la Antigua Casona de Xicoténcatl.
El senador de Movimiento Ciudadano, Daniel Barreda, fue retenido junto a su padre en una fiscalía de Campeche, lo que le impidió participar en la votación clave. Mientras tanto, el senador del PAN, Miguel Ángel Yunes Márquez, quien había anunciado su ausencia por motivos de salud, se unió a su padre, Miguel Ángel Yunes Linares, cuando la sede de la sesión se trasladó. Ambos fueron captados muy sonrientes junto a los senadores de Morena, un claro indicativo de que traicionarían a México.
Sobre Yunes Linares, pesan además investigaciones por presuntos actos de corrupción. El desenlace era evidente: el senador que faltaba para que el oficialismo lograra la mayoría calificada había decidido traicionar al país.
No fueron los únicos. También se sumaron a la traición los senadores Aracely Saucedo Reyes y José Sabino Herrera, quienes, a pesar de haber llegado al Senado como miembros de la oposición del PRD, votaron a favor de la reforma. Con estos votos, el oficialismo alcanzó la mayoría calificada necesaria para aprobar el dictamen, consolidando así su victoria.
En las afueras de la Antigua Casona de Xicoténcatl, los manifestantes en contra de la reforma fueron bloqueados por una barrera de granaderos. Resulta paradójico que, aunque se afirmaba que este tipo de policía antimotines ya no existía, los manifestantes se encontraron no solo con represión, sino también con grupos de choque a favor del oficialismo. Y, como si fuera necesario leerlo con ironía, estos grupos fueron enviados para "defender" al gobierno, que ya tiene prácticamente todo el poder, atacando una protesta legítima. La cereza en el pastel de esta vergonzosa sesión, que quedará en la historia, fue la violenta represión con gases lacrimógenos dirigida contra los manifestantes, quienes ejercían su derecho a expresarse pacíficamente. Apenas se aprobó el dictamen, la represión comenzó, y la mayoría calificada consumó el golpe de estado, celebrando haber entregado el país a una tiranía.
El costo político y económico de este desenlace será devastador para México. Los socios comerciales, como Estados Unidos y Canadá, probablemente reconsiderarán sus relaciones con un país donde el respeto al Estado de derecho se ha vuelto una ilusión. Las inversiones se reducirán drásticamente ante la falta de certezas legales y protección a la propiedad privada. Ahora solo falta que el siguiente paso sea la toma del Banco de México, lo que permitiría al gobierno imprimir dinero sin control, provocando una inflación descontrolada y empujando al país hacia una crisis económica sin precedentes. Estos podrían ser los momentos más oscuros en la historia moderna de México.
Estas palabras no buscan desalentar a nadie. Las escribo con tristeza, dolor e impotencia, al ver que no contamos con una verdadera oposición. Desde el presidente del PAN, quien permitió que un traidor como Yunes ocupara un curul, hasta la incapacidad de la oposición para organizarse y apoyar las protestas de estudiantes y trabajadores del Poder Judicial. Es desalentador ver cómo la apatía ha capturado a una sociedad que observa impasible cómo el futuro de generaciones enteras es empañado por este triste día.
Así, López Obrador llega al final de su sexenio, dejando a México en ruinas, listo para ser gobernado por una autocracia, representada por una mujer, pero dirigida por el mismo régimen.
El régimen celebra su victoria, mientras México llora la traición a su República.
El precio de la libertad es su eterna vigilancia.