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¿Potenciales enemigos?

Desconfianza, la marca de la casa en el militar

Por El Aviador
¿A quién se le ocurre entonces pensar que un militar de carrera, por más capacitado que esté, va a estar en condiciones psicológicas de atender tal y las leyes de la oferta y demanda y el sentido común establecen a un pasajero de avión, a un expedidor de carga, a un huésped de hotel, a un usuario de una carretera o un ferrocarril o a un ciudadano ante una autoridad?
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Desconfianza, la marca de la casa en el militar

Pareciera simple comprenderlo, pero la verdad me tomó mucho tiempo hacerlo: el militar actúa desde la base de la desconfianza.

“El enemigo está donde menos uno se lo espera”, me compartió alguna vez un amigo con grado militar que intentaba ayudarme a manejarme sin tantas complicaciones en el crecientemente más protagonista en México ambiente castrense. El “enemigo”, es decir, el contrario en una guerra, el hostil y el que le odia a uno o a lo que uno representa, no es un personaje menor, todo lo opuesto: es una verdadera amenaza comenzando a la vida propia y la de los que o de lo que se pretende proteger, –decía.

Creo que mi amigo tiene fundamentalmente razón. 

¡Qué fuerte formarse y desempeñarse en tal escenario! Desde su alta, y por el resto de su vida activa o en retiro, al militar, cuando menos al mexicano, lo asecha todo y todos. La vigilancia que se ejerce sobre él y la que él mismo debe ejercer sobre otros es de tal magnitud que si no justifica la paranoia, nos permite vincular a estos esforzados servidores públicos con comportamientos que rayan en lo inusual, por lo menos desde la perspectiva de los civiles, primeros sorprendidos a verse sometidos a escenarios de extrema vigilancia, muchos de los cuales, hay que decirlo, simple y sencillamente no se justifican y más cuando se intenta incorporar a un civil a un medio militar o viceversa. 

Militarización de aeropuertos 2

No hay que olvidar que el costo económico de la desconfianza es altísimo, como son los sueldos de tanto “vigilante” y los equipos que necesitan para hacer su labor, la cual irónicamente puede resultar completamente inefectiva al cumplirse más con las formas que con el fondo o al aplicarse un exceso de controles, destruyendo conceptos como el de la facilitación y la calidad del servicio.

Habiéndome puesto ahora si que en las “botas” de los integrantes de las fuerzas armadas con los que he tenido el privilegio de interactuar, comenzando, se dice fácil por mi primogénito, hago esfuerzos para que determinadas de sus actitudes no me afecten a la hora de tratarlos o trabajar en algo con ellos. Desgraciadamente muchas veces no logro. Y es que si bien me queda claro su papel garante de la seguridad y soberanía nacional y la importancia que tiene en ello tener presente que la amenaza puede generarse cuando menos se espera, también me queda claro que en contextos como los que voluntaria o involuntariamente se han puesto a los militares mexicanos al ponerlos a cargo de emprendimientos y labores propios de civiles esa desconfianza que la inminencia de un ataque por parte del enemigo supone, ahora sí que se transforma en esa impenetrable barrera a la comunicación sana que podemos vincular a lo paranoide. 

Desgraciadamente es nuevamente la desconfianza, pero en la gestión civil de lo que sea, el argumento que los militares expresan para justificar su presencia en actividades otrora en manos de funcionarios y ejecutivos ciudadanos sin uniforme de guerra. ¡Nada más falso! Basta ver los resultados de la gestión castrense de los puertos, aduanas y puntos fronterizos mexicanos y claro está la del aeropuerto de Santa Lucía, es decir, el mentado AIFA para comprobar que su gestión inclusive termina dando peores resultados que aquella que solían hacer “los civilones”, como les dicen a personas como este columnista.

Guardia Nacional AIFA 2

¿A quién se le ocurre entonces pensar que un militar de carrera, por más capacitado que esté, va a estar en condiciones psicológicas de atender tal y las leyes de la oferta y demanda y el sentido común establecen a un pasajero de avión, a un expedidor de carga, a un huésped de hotel, a un usuario de una carretera o un ferrocarril o a un ciudadano ante una autoridad?

¿En serio alguien cree que, a la hora de enfrentarse a un cliente o usuario justificada o injustificadamente molesto, el militar no lo va a atender por default como un sujeto rijoso, si no es que, como un criminal, con todo lo que ello significa en materia de riesgos a los derechos humanos? Apenas hace unos días, ante la falta de un módulo de información en funcionamiento en el AICM tuve que recurrir a un marino para pedir orientación. ¡Mala idea! No solamente no pudo orientarme, sino que me reclamó la manera como lo traté. En fin…

Su servidor, luego de llevar décadas vinculado en mayor o menor medida con fuerzas armadas de varias naciones, especialmente las mexicanas, está convencido que, por desconfiados, los militares no tienen nade que hacer en empresa, autoridades y servicios legalmente civiles, destinados a la atención de necesidades de clientes y usuarios civiles, tal y como está ocurriendo en México en mi adorado ámbito aeronáutico. 


El Aviador


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