Los casuarios (Casuarius) son aves grandes, no voladoras, cercanos evolutivamente a los kiwis. Las dos familias divergieron de un ancestro común hace cuarenta millones de años. Hoy existen tres especies. Dos de ellas están restringidas a los bosques lluviosos de Nueva Guinea y las islas de la zona (C. unappendiculatus y C. bennetti). La tercera y más grande, el casuario común (C. Casuarius), se extiende también a los Trópicos Húmedos del norte de Queensland.
El casuario común es la segunda ave más grande del mundo, y muy probablemente, el miembro más grande de su familia. Puede llegar a pesar 85 kg y a medir 190 cm de altura. Sin embargo, las medidas estándar serían de entre 127 y 170 cm de largo y entre 1.5 y 1.8 m de altura. Las hembras pesan de media unos 58.5 kg, mientras que los machos oscilan entre los 29 y los 34 kg. En la avifauna actual tan solo los avestruces los superan en tamaño. Sin embargo, los casuarios parecen más pequeños porque no caminan en postura erguida sino que lo hacen inclinados, con la columna paralela al suelo.
Su plumaje es negro brillante; las patas, escamosas. Son tridáctilos, y en el dedo interior de cada pie han desarrollado una uña modificada temible. Las alas son minúsculas, atrofiadas hasta la mínima expresión. El cuello es largo y casi lampiño, cubierto solo por una ligera capa de plumas cortas que parecen vello, y la piel es de tonos rojos, naranjas, morados y azules. En la base del cuello, por delante, penden un par de pliegues largos de piel coloreada, denominados carúnculas. Los casuarios tienen los ojos grandes y castaños, y el pico, largo y curvo. Sobre la cabeza lucen una protuberancia llamada casco, que parece un cuerno.
Basta con ver dos o tres ejemplares para comprender que entre los casuarios cada individuo es diferente. Esta patente individualidad, sumada a sus dimensiones y al hecho de que no vuelan, les confiere una extraña apariencia humana: andan como nosotros, tienen nuestro tamaño y son perfectamente identificables.
A pesar de su semblante duro, los casuarios son aves tímidas. Como animales solitarios que son, si no se les enfrenta, son pacíficos y rara vez atacan a sus vecinos. Sin embargo, si se les provoca, no solo pueden responder agresivamente, sino que es muy probable que terminen con su adversario sin demasiado esfuerzo: gracias a sus portentosas garras de 10 centímetros, esta ave puede herir mortalmente a cualquier depredador con una sola patada, por lo que se ha ganado la fama de ser el ave más peligrosa del mundo, que ataca como un velociraptor. En Australia, el último caso documentado de muerte por ataque de casuario sucedió en 1926, y fue en defensa propia, pero en otras partes del mundo se ha sabido de ataques de estas aves en cautiverio.
Como parte de su ritual de cortejo, la hembra convierte un charco en una romántica bañera a la que atrae a posibles parejas. Las hembras grandes y maduras suelen lucir los cascos más impresionantes. Se desconoce la función del casco que luce sobre la cabeza, pero podría ser un ornamento sexual. Los casuarios adultos solo conviven en época de reproducción. El macho se distingue por ser de menor tamaño.
Entre los casuarios son los machos los que se ocupan de toda la crianza, incuban los huevos y cuidan de los polluelos durante nueve meses. Los huevos de casuario son varias veces más grandes que los de gallina. El macho los incuba durante más de 40 días. Su plumaje espeso y suave es perfecto para cobijar a los polluelos. Los casuarios macho enseñan a los polluelos a reconocer el alimento.
De manera general, los casuarios son difícilmente localizables en la densidad de la selva de Nueva Guinea. Sin embargo, la investigación científica en torno a la especie ha permitido saber que es un actor ecológico fundamental para su hábitat natural.
En el transcurso de una jornada un solo adulto ingiere cientos de frutas y bayas. Sin embargo, la digestión del casuario es delicada, con lo cual las semillas no se deterioran, sino que vuelven a salir intactas. Así, conforme el ave deambula por su territorio, comiendo, bebiendo, bañándose y defecando, lleva semillas de un lado a otro del bosque, a veces desplazándolas a distancias de más de 800 metros. También dispersa las semillas ladera arriba y a través de ríos, porque es muy buen nadador. Así pues, con sus afrutados excrementos, los casuarios son un importante vehículo de diseminación. Y para muchos árboles, el único.
En Australia viven otros frugívoros (aves pequeñas, murciélagos y marsupiales como el canguro rata almizclado), pero son demasiado pequeños para llegar muy lejos acarreando grandes frutos. Y en el bosque lluvioso, muchos árboles producen frutos grandes y pesados con semillas también grandes y pesadas, porque éstas crecen mejor en la semioscuridad del suelo de la selva.
Conforme estos animales vagan, comiendo frutas y evacuando semillas, crean el bosque del futuro: dan a las plantas nuevos lugares donde crecer. Así, en calidad de frugívoro jefe, el casuario es también el arquitecto principal del bosque.
También propician el brote de algunas plantas. Ryparosa kurrangii, por ejemplo, es un árbol que solo se ha localizado en una pequeña región del bosque lluvioso costero de Australia. Un estudio reveló que si no pasan por un casuario, solo germinan un 4% de las semillas de Ryparosa, mientras que si estas aves las ingieren y defecan, la cifra es del 92%.
Por eso, si el casuario llegase a desaparecer, la estructura del bosque australiano experimentaría un cambio gradual. Algunas especies arbóreas perderían extensión, y otras probablemente desaparecerían por completo. Por desgracia, poco queda en estos días de ese bosque original. Y según ha menguado el bosque, otro tanto ha ocurrido con el casuario.
En Australia, esta ave forma parte de la lista de especies en peligro de extinción; casi todos los cálculos hablan de entre 1,500 y 2,000 individuos, pero solo son estimaciones: el número exacto es una incógnita. Lo que sí está claro es que los casuarios están en apuros.
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De igual modo que a veces estas aves matan perros, a veces los perros matan casuarios, sobre todo polluelos. En ocasiones los cerdos silvestres les destrozan los nidos, y las aves pueden perecer en las trampas tendidas por los cazadores para capturar a los primeros.
Las señales de tráfico que advierten a los conductores del paso de casuarios son habituales. Las carreteras suponen un problema para estas aves: además de que dividen el bosque, cada año mueren atropellados varios casuarios.

Fuente: National Geographic, Naturalista, imágenes tomadas de internet